

Ubicada al pie de los impresionantes acantilados de los Balcanes, Vratsa sorprende desde la llegada con sus vistas espectaculares: un telón natural de rocas blancas que parecen custodiar la ciudad.
Pasear por sus calles es encontrarse con la esencia búlgara más auténtica. La plaza central vibra con cafés, mercados y la hospitalidad de sus habitantes, mientras que el Museo Histórico de Vratsa guarda uno de los tesoros arqueológicos más importantes del país: el oro tracio hallado en el valle del río Rogozen.
La historia de Vratsa se remonta a la época tracia y romana, aunque alcanzó gran relevancia en la Edad Media como un centro comercial y artesanal. Más tarde, durante la ocupación otomana, fue escenario de resistencia y se convirtió en símbolo del espíritu búlgaro, ligado a la figura del héroe nacional Hristo Botev.
Hoy, Vratsa no solo es un punto de partida hacia maravillas naturales como la cueva de Ledenika o el desfiladero de Iskar, sino también un destino en sí mismo, donde la cultura, la historia y la naturaleza se entrelazan. Terminar el día contemplando el atardecer sobre las montañas es una experiencia que queda grabada en la memoria de cualquier viajero.



