

Apenas cruzas la entrada, un aire frío y húmedo envuelve los sentidos: no es casual, la cueva conserva su nombre (Ledenika significa “congelada”) por el hielo que cubre sus paredes en invierno.
A medida que uno avanza, las estalactitas y estalagmitas cuentan una historia que comenzó hace millones de años, cuando el agua, gota a gota, fue esculpiendo estas formas caprichosas. La Sala de los Conciertos, con su imponente acústica, es la más famosa y durante décadas ha sido escenario de presentaciones culturales. En la antigüedad, la cueva era conocida por los pastores locales que la usaban como refugio, y más tarde, en el siglo XX, se convirtió en una de las primeras cuevas turísticas abiertas al público en Bulgaria, atrayendo a exploradores y viajeros de todo el mundo.
Cada rincón parece tener una figura mítica: un cocodrilo, una casa de hadas, un halcón petrificado. Al final, uno sale con la sensación de haber recorrido un capítulo vivo de la historia natural búlgara, en un espacio donde la geología, la cultura y la imaginación se entrelazan.

