

Caminé por el sendero que llevaba a la fortaleza, rodeado de paredes de piedra que parecían contar historias de siglos pasados. La entrada, custodiada por murallas que alcanzan hasta 12 metros de altura, me dio la bienvenida a un mundo donde la naturaleza y la historia se entrelazan.
La Fortaleza de Belogradchik tiene sus orígenes en el siglo III d.C., cuando los romanos construyeron una fortificación en la cima de las rocas para controlar la vía que conectaba con la ciudad de Ratsiaria. A lo largo de los siglos, la fortaleza fue ampliada y reforzada por diferentes civilizaciones, incluyendo los bizantinos y los otomanos. Durante el reinado del zar búlgaro Ivan Stratsimir en el siglo XIV, la fortaleza adquirió su forma actual, con tres recintos amurallados interconectados por puertas fortificadas.
Mientras recorría sus pasillos y observaba las vistas panorámicas desde las torres, me imaginaba cómo los guardianes vigilaban las tierras circundantes en busca de posibles invasores. La fortaleza no solo servía como defensa militar, sino también como símbolo de poder y resistencia a lo largo de la historia.
Al caer la tarde, me senté en uno de los miradores, disfrutando del paisaje que se extendía ante mí. Las rocas de Belogradchik, con sus formas caprichosas, parecían cobrar vida bajo la luz dorada del sol poniente. Fue un momento de reflexión, donde comprendí que la fortaleza no solo era una construcción de piedra, sino un testimonio vivo de la historia de Bulgaria.







