¡Cada proceso es distinto y merece comprensión!
Mi segundo embarazo fue una historia completamente distinta al primero. ¡Como de otro planeta! Pasé los nueve meses luchando con síntomas constantes que me acompañaron día tras día, hasta el mismísimo momento del parto… y luego, como si fuera poco, llegaron algunas secuelas que no esperaba. Muchas personas me decían: “Ya verás que cuando nazca el bebé todo eso se te va”, pero la realidad fue otra: esos malestares no desaparecieron tan rápido como todos aseguraban, y convivieron conmigo un buen tiempo más.
Muchas veces escuchamos eso de: “El embarazo no es una enfermedad”, y aunque esa frase tiene algo de cierto, también hay otra gran verdad: cada embarazo es un mundo. Nuestros cuerpos son diferentes, nuestras edades, condiciones de salud, niveles de energía e incluso nuestras circunstancias emocionales y sociales.
Aunque siempre se agradecen los consejos —porque la mayoría vienen desde el cariño y la buena intención—, he aprendido que hay momentos en los que es mejor hacerle caso al cuerpo y confiar en los propios instintos. Nadie más que una sabe lo que está sintiendo, lo que necesita y hasta dónde puede llegar.
Con este segundo embarazo, aprendí que no todos los procesos se viven igual, y que juzgar desde afuera es muy fácil cuando no se conoce lo que hay detrás. Por eso, me he propuesto practicar una empatía más profunda hacia todas esas mujeres que, por una u otra razón, no pueden continuar trabajando, estudiando o simplemente haciendo vida social durante su embarazo.
Ser mamá empieza desde que el cuerpo comienza a transformarse, desde que nuestra mente comienza a aceptarlo… y acompañarnos sin juicios es parte de ese hermoso (y desafiante) camino.





